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Crónica: Abel Pintos en Lima 2018
Antes de que empezara el concierto, los fans ya calentaban con arengas el auditorio del colegio Santa Úrsula, en San Isidro, un augurio de lo que sería la noche de ayer. Dos VIPS, ubicados detrás de vallas metálicas a ambos lados del proscenio, parecían un adorno innecesario para un recital de baladas. Pero no…
Las más de 700 personas en butacas solo se callaron cuando Abel Pintos tomó el micrófono y disparó su vozarrón, con la misma energía que a los siete años, cuando se convirtió en este meteorito procedente de Bahía Blanca, Argentina.
Ataviado de una casaquita roja –deudora de Thriller– y sombrero negro, el cantante arrancó con un trío de melosos hits: “Cómo te extraño“, “Pájaro cantor” y “Oncemil“, que juntas suman más de 68 mil millones de visualizaciones en YouTube.
Donde las papas queman, Abel demostró experiencia y talento para el baile, y coqueteó con la pose del artista vanidoso, siempre con natural simpatía. Cinco músicos fueron los rostros visibles de su banda, aunque en la parte posterior dos técnicos maniobraban para que el sonido saliera nítido.
En cada respiro, las palmas se batieron como si tuvieran en frente al José José de 1970.
“Es verdaderamente difícil poner en palabras todo lo que está pasando dentro mío”, fue el contacto inicial con sus seguidores, luego de un “Buenas noches y muchas gracias”.
Siguieron “El adivino” y “Mariposa“. Una mención especial para las fans, que corearon como si fueran parte del espectáculo, con una asombrosa precisión para entonar con la voz que las guiaba. Carteles levantados y una miniatura del baladista que alguien dejó al filo de las tablas demostraban que Abel es un ser querido. Cómo no, si alguna vez donó quinientos de sus libros a la biblioteca de la fundación Un tatuaje por una sonrisa. Si cantó en la boda de Lionel Messi.
Precisamente la sexta de la lista de anoche fue “Sin principio ni final“, que la Pulga y su esposa eligieron como pieza de baile central hace más de un año. Por cierto, llamó la atención la presencia de dos futbolistas gauchos entre el público, Horacio Calcaterra y Emanuel Herrera, quienes, a diferencia de sus pares, disfrutaron del show como antaño, sin usar sus celulares.
El escenario quedó a oscuras, un piano introdujo la melodía con cierta nostalgia, y luego el de “Bahía Blanca” se paró en el cruce de dos luces verdes e hizo lo suyo. Nuevamente, desde las butacas, el coro femenino potenció el feeling de la canción y la convirtió en un momento inolvidable.
No es un secreto que, como género, la balada romántica repite frases comunes e ideas estereotipadas, pero –o quizás por eso– Pintos llevó las palabras mil veces dichas a un nivel superior mediante una interpretación orgánica, sentida y en definitiva opuesta a cualquier producto plástico.
Como resultado, la audiencia se puso de pie para ovacionar al cantautor de 34 años.
Y los ¡Abel, Abel! no se hicieron esperar.
“Es el primer concierto de esta gira… Quisimos salir a contarles de qué va el tipo de relación que tenemos con el público desde hace 23 años. Somos una familia”, dijo Pintos, y tanto la gaucha eléctrica de la fila delantera como la mujer discreta en el fondo del auditorio corroborarían dicho parentesco.
“Es aquí donde puedo disfrutar del don de Dios. El escenario es un sitio de libertad sin prejuicios”, agregó el flaco.
A continuación, “Tanto amor“, “Aventura” y “Aquí te espero“, o el porqué Abel –al igual que Charly García– ha recibido tres premios Gardel de Oro, la máxima distinción musical en Argentina.
“¡Vamos a bailar, gente!”, gritó el cantante. Todos parados y meneándose al oír que “en el alma hay estrellas que se encienden con el tiempo”. A esas alturas del partido, los VIPS se dieron cuenta de que tendrían trabajo, pues la gente se desparramaba a los tobillos de los músicos, y los disuasorios polos rojos –¡peligro!– por fin se hicieron pertinentes.
La energía del show ya había invadido la musculatura de la concurrencia, y Pintos bromeó con que quizás fuera mejor terminar todo de una vez, acabar en la cumbre.
Noooooo…, bramó la legión.
En lo sucesivo, el argentino repasó sus composiciones más íntimas y folclóricas –”La flor azul“, “El beso“, “Asuntos pendientes“– y un abanico de registros, del reggae al rock and roll, que movieron a la gente, instalada ya en el borde del proscenio. Nadie quería una butaca, y el baladista fue aclamado hasta en dos ocasiones más. En ambas, se tocó el cráneo calvo sin decir nada, como si fuera un futbolista que contempla a la tribuna rugiendo por él. “No me imaginaba que pudiera haber argentinos aquí…”, confesó, visiblemente emocionado, ante una camiseta albiceleste. La número diez.
Varios vecinos del sur recibieron el saludo con los brazos arriba, y sin duda el recital no hubiera sido lo mismo sin ellos, sin su pasión, sin sus cánticos: Olé, olé, olé, olé, Abel, Abel…
En total, el de Bahía Blanca le regaló 26 canciones a su fanaticada. Iban a ser menos, pero no pudo ignorar el pedido de otra, otra. Sin duda, un artista que reivindica su profesión. Un tipo que por ratos parece cantar más para los otros que para sí mismo.
Dos fotos imborrables. Un tubo blanco pariendo al cantante, como si fuera un rayo de luz. Y este cantando a capella, camisa abierta y con el fondo negro. Repitiendo incansablemente: “Te pensaré, te sentiré, te extrañaré cada día”.
Ojalá que la familia Pintos se reproduzca rápidamente en el Perú, y que Abel regrese pronto.
Sólo con su carisma se lleva tres de cinco estrellas.
Crónica por Luis Francisco Palomino. Fotos por Lorena Spelucin
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