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Gibishki presenta «Tindermare», un laboratorio sonoro que hace eco en la incertidumbre
Las once canciones que componen «Tindermare», el flamante álbum debut de Gibishki, son el resultado de un proceso creativo que el artista describe como un equilibrio entre el laboratorio y la vida misma. Lejos de una composición lineal, cada tema es un testimonio de una década de gestación, donde la búsqueda sonora se entrelaza con las vivencias personales más profundas.
Gibishki confiesa que su método de composición es un reflejo de su pasión por la música como oyente. Al igual que disfruta de la experiencia inmersiva de coleccionar y explorar discos físicos, su aproximación a la creación es igualmente detallista. «Puedo pasar mucho tiempo eligiendo el sonido correcto para una parte de una canción, o puedo pasar literalmente años buscando la palabra correcta», explica. Esta fase de «laboratorio» no surge de un perfeccionismo obsesivo, sino de un profundo disfrute por el proceso, una inmersión total en cada nota, cada afinación, cada textura que construirá la pieza final.
Pero la composición de «Tindermare» va más allá del estudio. Para Gibishki, la otra gran vertiente creativa reside en «estar allá afuera, con vivir cosas, con sentir, con conocer y tener experiencias». Él subraya que, si bien los instrumentos y los acordes son esenciales, «las emociones, los pensamientos, las ideas… todo eso también es parte de una paleta de colores con la que uno trabaja cuando crea». Las canciones más antiguas del disco, esas «apátridas» de su proyecto anterior, Pálido Fuego, son un claro ejemplo de este enfoque, al ser composiciones «más cercanas, más personales», nacidas de momentos íntimos.
La riqueza compositiva de «Tindermare» es un reflejo de la vasta experiencia de Gibishki como oyente. El álbum se nutre de una visión vinculada al ruido y las capas sonoras, influenciada por bandas como My Bloody Valentine y Slowdive. Al mismo tiempo, su estado emocional al componer lo alinea con la música nostálgica y la «tristeza irónica» de artistas como The National y Phoebe Bridgers. Las influencias del folk, de Joanna Newsom y Fleet Foxes, también son palpables, al igual que la experimentación de bandas inclasificables como Radiohead y Sonic Youth. Esta amalgama de estilos se traduce en una «obsesión por la textura, por los instantes que componen un tema y por cómo se conectan entre sí», característica distintiva de su sonido.
El corazón lírico de «Tindermare» reside en la imperfección. Gibishki explica que el álbum no es conceptual en sentido estricto, pero está «lleno de interrogantes, de incertidumbres, de dilemas que no encuentran respuesta». Casi todas las canciones contienen algún verso en forma de pregunta, invitando a la reflexión sobre lo liberador que es abrazar un mundo imperfecto y aceptar las respuestas que no tendremos. Es un disco que explora la emocionalidad en toda su complejidad, permitiendo que la melancolía lleve a la reflexión y la desesperación al renacimiento. En «Tindermare», las preguntas sin respuesta no son un vacío, sino un lenguaje emocional que Gibishki ha transformado en un universo sonoro singular.
La producción de «Tindermare» fue un esfuerzo colaborativo clave. El disco fue grabado en Análogo Studios (Lima, Perú), con Sergio López en la producción y mezcla, y Gibishki como coproductor. Un momento crucial fue la masterización, realizada por el aclamado Joe Lambert en su estudio en Nueva York, quien aportó su vasta experiencia y oídos frescos para pulir el sonido del álbum. Lambert elogió el trabajo, destacando: «¡Buenas canciones!».
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