David Garrett: «Cuanto más simple es algo, más creatividad necesita para volverse mágico»

My Chemical Romance hasta Ed Sheeran, Garrett explica cómo reinventó canciones modernas para un espectáculo donde el violín conecta con la música contemporánea
Sibilla

Conversamos con el violinista alemán David Garrett, quien debutará en Lima el próximo 25 de noviembre, en el Convexia Expocenter, con su espectáculo “Millennium Symphony”. El músico llega con una propuesta que convierte en piezas sinfónicas algunos de los mayores éxitos de las últimas dos décadas.

“Siempre me emociona llegar a un lugar nuevo. El público sudamericano es muy apasionado con la música y creo que se conectará mucho con este programa, que no solo busca emocionar, sino también entretener”, comentó Garrett.

Sobre el proceso de selección del repertorio, explicó que fue el resultado de una investigación en listas de éxitos y números de streaming desde el año 2000. “Empecé con una lista de 250 canciones y fui afinando la selección pensando en lo que funcionaría en un álbum instrumental y en un show de dos horas. Lo importante era crear una experiencia especial para escuchar y para vivir en directo”, comentó.

También destacó la influencia de la música latina en la escena global y la conexión emocional que encuentra en la región. El violinista subrayó que este trabajo marcó un nuevo paso en su evolución musical. Para Garrett, lo que hace trascender a un instrumento no es su sonido, sino la pasión de quien lo toca. Las entradas están a la venta en Ticketmaster.pe.

 


David, tu música siempre ha buscado conectar con audiencias diversas. Ahora que te presentarás en Lima con “Millennium Symphony”, ¿cómo imaginas que este proyecto resonará en una ciudad y cultura musical completamente nueva para ti?

—Estoy muy emocionado de tocar en un país donde no he estado en toda mi carrera. He tocado durante muchos años en distintas ciudades y países maravillosos alrededor del mundo, pero este será mi estreno en Perú, y eso me emociona mucho.

Siempre me da curiosidad llegar a un lugar nuevo, y en este caso estoy convencido de que tenemos un gran programa. Las piezas, las canciones, son éxitos que la gente reconoce en todo el mundo. Tengo mucha expectativa por descubrir cuáles de ellas conectarán mejor con el público en Lima, quizás de una manera diferente a lo que sucede en lugares como Brasil o Argentina.

Es cierto que hay pequeñas diferencias entre las audiencias, pero en general sé que, especialmente en Sudamérica, el público es muy apasionado por la música. Les encanta dejarse llevar por la atmósfera del concierto, y yo siempre trato de enfatizar no solo la música, sino también el componente de entretenimiento del espectáculo. Tenemos un concepto maravilloso, con piezas muy populares, así que estoy seguro de que el público disfrutará tanto como los artistas en el escenario.

Tu gira “Millennium Symphony” reinterpreta grandes éxitos de la música contemporánea. ¿Cómo fue el proceso de selección de esos temas? ¿Qué criterios seguiste para decidir cuáles podían transformarse en piezas sinfónicas?

—Todo comienza con una idea conceptual. En este caso, el concepto era encontrar los clásicos de los últimos 25 años, desde el inicio del milenio, a principios de los 2000. El siguiente paso, por supuesto, fue hacer mucha investigación, revisar los números de streaming y las listas de éxitos de esa época en distintos países —Reino Unido, Alemania, Estados Unidos, Sudamérica— porque, aunque hay muchísima música que escucho y que me gusta, a veces olvidas una gran canción si fue hace 10, 15 años.

No quería dejar nada al azar. Sin esa investigación, probablemente habría olvidado incluir “Welcome to the Black Parade”, una canción que escuchaba mucho en los 2000 pero que hacía tiempo no volvía a oír. Por eso me dediqué a repasar y redescubrir temas, aprovechando todas las herramientas que hoy existen en línea para escucharlos de nuevo y anotarlos.

Después viene la parte creativa: ¿ya puedo escuchar algún tipo de arreglo en mi cabeza? ¿Imagino una sección de metales? ¿De maderas? ¿Vientos? ¿Un chelo llevando la línea de bajo? Ese ejercicio exige mucha imaginación como escritor y arreglista, algo que se desarrolla con los años. Hoy puedo intuir con bastante certeza si una pieza funcionará con la orquesta, si hay maneras de hacerla funcionar o, incluso, si es tan buena que merece el desafío de descubrir cómo adaptarla.

Comencé con una lista de unas 250 piezas y, poco a poco, la fui reduciendo. Ahí entra en juego la importancia de la diversidad, en un disco instrumental es clave mantener la fluidez, pero también pienso en el aspecto en vivo. ¿Qué orden de piezas funciona mejor en un espectáculo de dos horas? ¿Qué dinámica quiero generar en el público? Todos esos pensamientos influyeron en la selección final; luego elegí las piezas que sabía que ofrecerían una experiencia maravillosa en vivo. Debía ser un gran álbum para escuchar y, al mismo tiempo, un programa divertido de interpretar. En definitiva, son muchos los factores que entran en esto para crear algo especial, pero de eso se trata.

Eso suena hermoso.

—Lo es.

Has mencionado que este álbum representa tu “evolución crossover.”

—Sí.

¿Qué descubriste sobre ti mismo y sobre tu relación con la música al trabajar en este proyecto?

—En el pasado ya he hecho algunos discos crossover. He trabajado en bandas sonoras, he grabado álbumes más centrados en el rock, otros inspirados en la música de principios de los 70, también explorando los 90, incluso, experimentando ocasionalmente con canciones más modernas. Pero en este disco el enfoque fue distinto, se trataba de trabajar específicamente con material de los últimos 20 o 25 años. Lo que significó un desafío, porque la composición de canciones ha cambiado drásticamente, especialmente desde finales de los 90 y principios de los 2000 hasta hoy. El material musical, las progresiones armónicas, son mucho más simples y repetitivas.

Pero, por otro lado, los sonidos que se utilizan, estamos hablando de sintetizadores, los ritmos, sonidos electrónicos, presentan tantos ángulos diferentes que resultó muy experimental para mí. No podía trabajar solo con las progresiones musicales, como hacer que la orquesta extrajera la progresión al estilo Beatles o Aerosmith; eso ya no era posible con todas las canciones, aunque sí funcionaba con algunas. Se trataba más bien de encontrar un sonido moderno con la orquesta, un sonido incluso más contemporáneo del que había logrado en todos mis otros discos crossover.

Es un álbum con un sonido muy contemporáneo. Para mí, eso significó encontrar una manera diferente de integrar la orquesta y de que mi violín abordara cada canción. También implicó buscar una forma distinta de producir la orquesta junto con los grooves, el drum and bass y las bandas. Fue un proceso divertido y emocionante, en el que aprendí mucho sobre un enfoque más moderno de composición de canciones y sobre cómo, de alguna manera, incorporar el violín en todo eso. En definitiva, fue muy divertido.



Hablando de violines, el violín suele asociarse con la música clásica, pero en tus manos se ha conectado con el rock, el pop e incluso con la electrónica. ¿Qué crees que aporta el violín como puente entre géneros tan distintos?

—Creo que son las personas quienes generan ese puente. Todo depende de cómo alguien aborde a su instrumento. Si te apasiona, puede ser lo más simple del mundo, pero si tienes interés, si eres un “friki” y trabajas en ello, eso se transmite. A mí me gusta observar a esas personas, hay una sensación de magia en ver a alguien hacer algo con tanta dedicación.
Así que, para mí, no es necesariamente el violín en sí. Tampoco el piano, la guitarra o el cantante principal. Es una mezcla entre la pasión que tienen por lo que hacen, algo que va mucho más allá de lo que el instrumento podría lograr por sí solo. Al final, el instrumento no deja de ser un trozo de madera, lo que cuenta es lo que creas con él, cómo lo tocas y lo que haces con él. Eso depende del artista, del músico.

Probablemente podría tocar el flautín, si me apasionara, y a la gente le encantaría escucharlo. Podría tocar una máquina de escribir, me encanta ver a alguien apasionado por la escritura a máquina. Y si alguien realmente ama este arte, yo disfrutaría verlo. Es algo que no conozco, me atraería si alguien tuviera una historia que contar. La vida, al final, se trata de eso, de contar una historia, tu historia. Y eso es lo que hace que un instrumento trasciende generaciones.

¿Hubo alguna canción en este álbum que resultara especialmente difícil de adaptar al lenguaje sinfónico? ¿Cómo superaste ese desafío creativo?

 —El mayor desafío al principio fue que mi equipo no estaba muy convencido de la idea de usar sólo piezas modernas. Como dije antes, hay una cierta simplicidad en la composición de canciones actuales, y ellos temían que esa simplicidad fuera difícil de capturar en una orquesta, que sonara demasiado repetitiva. Así que, para mí, el primer reto fue convencerlos de que quizá estaban un poco equivocados y que podía hacerlo funcionar. Y, cuando hablamos de canciones simplistas, pero grandes éxitos, te doy un ejemplo: “Shape of You” de Ed Sheeran.

—Sí.

—Tres acordes, cuatro minutos. Repito: tres acordes, cuatro minutos. A primera vista no suena como una gran idea, ¿cierto?

Pero aquí está la cuestión. Si encuentras algo que la haga especial, si tienes un enfoque creativo, puedes construirla como lo hace el propio Ed Sheeran en el escenario. Él mismo sabe que la canción, al menos en vivo, necesita algo más para atrapar a la audiencia. Es una gran canción, pero requiere un plus, esa “cereza del pastel”.

Así que básicamente seguí sus pasos: dije, “hagamos toda la construcción de la canción, el ritmo, las secciones rítmicas”. Déjame hacerlo con una pedalera. Déjame elevar la canción poco a poco. Y, además, pensé: Déjame también trabajar con el bombo». Normalmente nunca uso los pies cuando toco —todo lo hago aquí arriba—, pero aquí quería poner un bombo en el escenario, marcar el ritmo y armar todo como si fuera una “one man band”.

Esa fue mi idea con la canción más simple. Porque cuanto más simple es algo, más simple tiene que ser la idea que lo convierte en algo mágico. Y ahí es donde tienes que ser creativo para que funcione.



Como músico, ¿qué se siente diferente al tocar una pieza de Bach o Beethoven en comparación con una canción de Rihanna o Ed Sheeran? ¿El desafío es más técnico, emocional o ambos?

—Depende de cómo escribas una pieza. Al final puedes hacerla muy técnica para ti mismo. Con una canción de Rihanna, puedes usar muchos acordes dobles u octavas digitadas y volverla desafiante. No es solo el aspecto técnico.

Diría incluso que puedes tocar a Beethoven de manera diferente a Beethoven. Si interpretas la Sonata Kreutzer, lo haces de un modo totalmente diferente a la Sonata Primavera, porque fueron escritas en épocas distintas. Son armónicos diferentes, transmiten sensaciones distintas, tienen otro ritmo. Entonces, Beethoven nunca se toca igual. Hay un marco, por supuesto, una referencia en cómo debe interpretarse, pero nunca es idéntico. Y si vamos más allá: Mozart y Beethoven se tocan de manera completamente diferente. Beethoven y Chaikovski, totalmente distintos. Ningún compositor se interpreta igual que otro en ningún instrumento, de la misma manera que otro compositor.

Con eso en mente, cada compositor necesita un enfoque especial. Cada pieza requiere un tratamiento propio. Así que, para mí, no hay una gran diferencia en tener un enfoque especial para Rihanna, otro para Michael Jackson, My Chemical Romance, The Weeknd, Taylor Swift o Ed Sheeran. Crecí en el mundo de la música clásica, donde cada obra exige un enfoque particular. Es algo natural para mí.

Muchos artistas latinoamericanos están llevando su música a escenarios internacionales. ¿Has tenido la oportunidad de colaborar o interesarte en algún proyecto de esa región?

—Estoy muy consciente de que la música latina, tanto en español como en portugués, tiene hoy una gran influencia. Y probablemente esto también se deba a las posibilidades actuales, ya no se trata solo de conectar regionalmente, sino que, si tienes una buena canción o incluso un pequeño fragmento que se vuelve viral en redes sociales, el idioma deja de ser una barrera. La música conecta por sí misma.

Es lo mismo con la música clásica: funciona en Tokio, en Berlín o en Nueva York porque transmite un sentimiento. No se trata de entender las palabras, sino de sentir lo que hay detrás. Y creo que esa es una de las grandes ventajas de vivir en esta era, no se trata necesariamente de entender las palabras de una canción, se trata de entender el sentimiento que se transmite, y eso, por supuesto, si hablamos de sentimientos y pasión, Sudamérica está aquí arriba. Así que, claro, tiene todo el sentido.

Has trabajado tanto en el estudio como en escenarios en vivo, dos mundos muy distintos. ¿En cuál de ellos sientes que puedes expresarte con mayor libertad creativa, y por qué?

—Trabajar en un estudio es probablemente más creativo que estar en el escenario. Pruebas, cometes errores, aprendes de ellos, experimentas. En el estudio tienes la mayor libertad como músico porque nadie te está mirando. Eso significa que puedes desnudar el alma, realmente arriesgarte, y también equivocarte. Es un momento hermoso, una curva de aprendizaje constante y nadie te está mirando.

También implica responsabilidad, necesitas concentración para decidir que es bueno. Ser lógico, ser racional, si algo se siente bien y es bueno. Y no solo se trata de que se sienta bien, sino de que mañana también te gustará. Tienes que estar el corazón y el cerebro en el estudio, es un proceso maravilloso. 

Es la mayor libertad que tienes como músico, en el escenario, en cambio, es otra cosa. Ahí ya preparaste un show, tu parte está lista, sabes lo que ocurre a tu alrededor. Es una performance, también un acto de entretenimiento hasta cierto punto, pero lo más importante es disfrutarlo. Porque si tú la pasas bien en el escenario, eso se transmitirá a la audiencia.

Y pasarla bien no siempre significa estar corriendo o saltando. A veces los momentos más intrincados son los más mágicos. La actuación en vivo es, en cierto modo, la cereza del pastel, la culminación de todo el trabajo y la experimentación que ocurrió en el estudio.

Al final, todo conduce a ese momento en el que te liberas en el escenario, eres tú mismo y vives el momento. Sea cual sea tu estado de ánimo —feliz, triste o incluso molesto— simplemente saldrá en el escenario en ese momento y será lo correcto.

¿Primera vez en Lima, ¿verdad?

—Es mi estreno, sí.

¿Qué te gustaría que el público se lleve de esta experiencia?

—Hay algo que tengo en mente desde hace muchos años. Mi antiguo mánager solía decirme: “Espera lo inesperado”. Y, para serte honesto, cuanto más mayor me hago, más entiendo lo que quería decir con eso.

Déjame decirte que probablemente nunca habrán visto nada parecido a lo que vamos a presentar. No es un espectáculo que exista en cualquier parte del mundo en cuanto a calidad, entretenimiento, musicalidad y concepto. Así que, si amas la música, te lo pasarás genial.



Las Tres Preguntas

Tres álbumes favoritos

Welcome to the Black Parade, el Black Album de AC/DC y todas las sinfonías de Beethoven.

— Genial.

— Y William Wait. William Fort Vala — Filarmónica de Berlín.

¿Tres artistas favoritos que te gustaría recomendar?

— Voy con Maria Callas (soprano), Pablo Casals (violonchelista) y, para los violinistas, Jascha Heifetz.

Un concierto que te haya cambiado la vida.

— Creo en momentos o personas que cambian tu vida porque aprendes algo de ello. Si subes al escenario para “aprender”, significa que no te preparaste lo suficiente. Para mí, el concierto más importante siempre es el siguiente. También creo profundamente en la preparación, si estás preparado para todo, nunca mirarás atrás pensando que algo cambió, simplemente reconocerás que estaba destinado a ser porque estabas listo para eso.

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