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Crónica: VMF 2018
Un parque de diversiones indie rock, pensaba anoche al contemplar la parafernalia del Veltrac Music Festival 2018, y a toda esa gente yendo y viniendo, cervezas en mano, puchos en la boca, la misma gente de siempre sólo que más bonita, tal vez por esa emoción infantil que había en sus ojos. Unos metros más allá, un pasadizo subterráneo con luces rojas donde chicos y chicas zarandeaban sus clavículas a la orden de un DJ –Neon Dominik– que literalmente hacía gemir su pad cada vez que le pegaba con la baqueta.
Aún era temprano, pero la gente estaba embalada. En el escenario principal del Parque de la Exposición, el baterista de Tame Impala presentaba su muy fresco e interesante proyecto: Barbagallo. Música en francés con la textura de un algodón de azúcar, con esos colores ácidos. El guitarrista rasgueaba vistiendo la camiseta peruana, ¿el símbolo de que nuestro país ya es un destino más en el mapa de Sudamérica para este tipo de bandas?
En la tarima nacional, Cementerio Inocentes abrió su show con la bota en alto. Desde lejos, llamaba la atención una camisa azul eléctrico con círculos amarillos, el pelo verde del cantante, los dreads del baterista, el bajo verde agua. La imagen del grupo prometía canciones melódicas, bailables, y así fue. Acertada decisión de los organizadores de mezclar los sets internacionales con los de artistas locales. Si no fuera por la nacionalidad, no habría diferencias: el nivel de los músicos peruanos ya se puede calificar de profesional. E indudablemente, participar de un cartel con bandas “de peso” les servirá demasiado.
Un paseo breve por el parque, varios camioncitos de comida, opciones para vegetarianos, chelas a precio justo, chilcanos, discos, merch, tatuajes gratis. Por un momento Lima se transformó en una especie de paraíso para melómanos.
A continuación: Warpaint. Las chicas fueron recibidas con mucho cariño dentro del anfiteatro. Su propuesta parecía algo pai, pastel, disonante, densa, pero con el tiempo se hizo más ligera y el público no resistió la invitación al baile, todos de pie. Infaltable: el olor cálido de la hierba volando sobre las cabezas, metiéndose por las narices.
Un tipo cuchichea que sólo compró su entrada por las norteamericanas. En mi opinión, sus palabras explican la importancia de que Lima tenga un festival de música indie rock con agrupaciones relativamente nuevas que la están rompiendo en lejanas latitudes, y es realmente placentero desconectarse del caos capitalino para disfrutar de horas de música, formar parte del movimiento, ir de un lado a otro, cruzarte con cerebros que parecen unidades de disco duro atiborradas de discografías, seres humanos que tocan algún instrumento o que pertenecen a una banda (Libido, Banana Child, Plutonio de Alto Grado, Bizarro es Valiente, etc.), gente postrock.
Por otro lado, creo que el encanto de los festivales está en descubrir, en oír a cantantes desconocidos y de inmediato saber que incluirás sus temas en tu lista de reproducción. Eso me pasó anoche con Warpaint y enseguida, en el escenario peruano, con Resplandor. Un conjunto muy sólido, con una apuesta sonora fácilmente reconocible, shoegaze, y una performance segura, evidencia de su kilometraje (telonearon a The Cure en el 2013 y a The Jesus and Mary Chain en el 2008). Recomiendo su álbum Pleamar.
[Una pausa, un ingreso al baño (aplausos por el jabón líquido y los espejos)].
Luego, el turno de Los Babasónicos en el escenario principal. La zona VIP se encendió con la energía del vocalista Adrián Dárgelos, a quien varios gritaban “genio”. Ciertamente, fue increíble cómo verdades obvias se convertían en proverbios cuando eran cantadas por él, como si sus cuerdas vocales tuvieran un poder mágico, de voz de Dios (no es tan fácil relajarme y confiar, tengo entendido que acá todos mienten / tengo que aprender a fingir más y a no mostrar lo que siento). Ahí está Dárgelos, con las puntas del pelo lacio en los hombros, con un atuendo que lo asemeja a Peter Pan (del rock and roll), ora rudo, ora sexy, Dárgelos con un hombre y una mujer desnudos en la pantalla gigante, Dárgelos y su estilo definitivo.
Los Babasónicos interpretaron piezas de su última placa, Discutible (2018), con la cual mantienen la vigencia de sus 27 años de carrera, y también complacieron a la audiencia con clásicos como “¿Y qué?” y la coreada “Putita“. En total, diecinueve rolas.
Acto seguido, Tourista arrastró a la concurrencia hacia el escenario nacional. Fiel a su estilo, el cantante Rui Pereira hizo alusiones a la señora K y al Fiscal de la Nación, Pedro Chávarry. El grupo calentó el plato fuerte de la velada en un momento en el que los pies ya comenzaban a fastidiar. Algunos prefirieron reposar en el anfiteatro y no perder su asiento.
MGMT volvió a tocar en Lima pasada la medianoche. Abrieron el show con el tema que titula su último álbum, Little Dark Age (2018). La penumbra en el escenario permitía apreciar mejor su arte visual, con una pantalla vertical instalada en medio de los músicos. “Time to pretend” sonó pronto, y fue como brincar en una cama elástica con los ojos cerrados. Me siento rudo, me siento inmaduro, estoy en la flor de la vida. Vivir rápido, morir jóvenes. Es abrumador, ¿pero qué más podemos hacer? ¿Conseguir trabajos en oficinas y despertar a la misma hora todas las mañanas?
Otra vez en ese planeta infantil, ya no en El Rancho ni en el Daytona Park ni en el Play Land Park sino en el Veltrac Music Fest, el espacio ideal para adultos con almas sensibles. Estaba preguntándome cómo se desenvolvería Andrew VanWyngarden frente a una masa que baila por él, y la verdad es que canta y toca la guitarra con una sobriedad tenebrosa, como si su mente estuviese flotando en algún punto del cosmos y desde esa distancia controlase su cuerpo.
“Electric feel“, “Me and Michael” y “Kids” se tocaron seguidas y los MGMT desaparecieron. Su presentación pudo acabar ahí y todos se hubieran ido felices, había sido más que suficiente, pero los norteamericanos regresaron al proscenio e invitaron a alguien del público a que se les uniera con una guitarra.
Así pasó, un peruano tocó con ellos y con ese gesto guardamos a MGMT en nuestros corazones.
La fiesta continuó en el pasadizo rojo con Dengue Dengue Dengue, y la degeneración hubiera durado hasta el amanecer si no se cortaba la venta de cervezas. Es justo agradecer a los organizadores por lo de ayer. Sinceramente, el Veltrac Music Festival merece estar en la agenda como una tradición.
Crónica por Luis Francisco Palomino. Fotos por Samuel Girón.
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