Crónica: Caramelos de Cianuro en Lima 2018

Con un bivirí blanco, Asier Cazalis pisa el escenario de Help! y una milésima de segundo después trescientos pares de brazos se levantan y enseguida trescientos pares de pies comienzan a brincar. El riff de “Sanitarios” es una de esas ofertas que no se pueden rechazar y el público ya corea: no soporto tener lejos, quiero hacértelo frente al espejo y son las cosas tontas que me hace decir el alcohol…
Después de 27 años de carrera, 7 álbumes de estudio y 2 nominaciones a los Grammy, los Caramelos de Cianuro por fin están en el Perú. Los chamos se lo preguntan: ¿cómo es que recién nos invitan a Lima? No hay tiempo para divagar, la segunda de la lista es “Baby Cohete” y es imposible mantenerse quieto. Cazalis se mueve, sus bíceps se hinchan.
Las virtudes de este rockero venezolano, nacido hace cuatro décadas en Caracas, no se encuentran tanto en su garganta como en su olfato melódico, una extraordinaria capacidad para crear ganchos. Desde el inicio, las canciones de Caramelos de Cianuro giran en lo alto como una soga que será lanzada para atrapar al oyente.

La audiencia recibe el tercer hit: “Infierno Vip“; el cuarto hit: “Como serpiente“; el quinto: “Veterana“.
Este show provoca deshacerse del cuaderno de apuntes y entrar en ese núcleo caliente que vibra a los pies de la tarima. La voz de Cazalis se apaga ante el rugido de sus compatriotas; pocas veces he oído a un público que cante con esas ganas. La bandera de Venezuela se alza a un lado. Hoy los peruanos somos minoría.
Los músicos de CDC lucen como punks de la era capitalista, la ropa ya no es rebeldía sino estética. Los iluminan unos focos rojos, la pantalla gigante detrás de la plataforma en la que Darío Adames aporrea su batería.
El bajo del Ruso Tello suena sucio, como las letras del grupo: A mí lo que me hace falta es una hembra de verdad, maestra consumada en la estimulación oral, que fume, beba y me haga el amor mientras manejo. Miguel Ángel González rasca su viola con intensidad, y Asier frasea con ese estilo fácilmente reconocible, con ese acento venezolano que casi no se conoce en el rock de Latinoamérica. Los Caramelos de Cianuro representan a su país.
Estrellas es una orden: las manos alzan los celulares y la masa corea. Yo, que sólo he sido un vagabundo, un sinvergüenza, un perro inmundo… En la pantalla de un teléfono se ve la cara de alguien que no está en la discoteca, pero que es parte del espectáculo gracias a una videollamada. La imagen conmueve, vale más que mil millones de bolívares.

Los puños continúan arriba, peruanos y venezolanos unidos por la música. Asier saluda a sus paisanos, les pide que se porten bien, y agradece a los limeños por acogerlos cálidamente.
“Me dijeron que viniera abrigado, pero aquí hace un calor de verano”, comenta el cantante. La audiencia lo ovaciona. La banda toca “No eres tú“, otro himno en el que los ojos achispados le dan nuevos significados a un tema de amor, sobre todo cuando –en estos días dictatoriales– las bocas se comprimen y se expanden para decir: ¡Por favor, no te rindas jamás!
El bivirí ya está empapado, y las gotas de sudor resbalan por el pecho de Asier, son gotas gruesas, perceptibles aun a diez metros de distancia, y caen lentamente al piso, como si también fuesen parte de este show. Nadie suda como Cazalis, tipo que por ratos tiene un aire a Morrissey, quizás por la espesura de las cejas o el peinadito a lo Elvis.
El martillo complace a los seguidores más antiguos del grupo. Es un rockabilly ácido y punk de 1996 que nunca pasará de moda, típica canción de hora loca, muy física. A Nicolás Maduro… ¡pégale con el martillo!

La noche es una fiesta absoluta, el cianuro transita por la sangre, haciéndola hervir, y al mirar alrededor recuerdas que Venezuela es la segunda nación con más títulos de Miss Universo. Tu estrógeno es adictivo, es alucinógeno, gime Cazalis.
Pasamos medianoche, momento de “El último polvo“, acaso el tema al que los CDC deben gran parte de su fama. Una poesía sincera, brutal, exquisita, conchuda, romántica, incansable, de esas que se pueden oír hasta tres veces seguidas (no en vano sus cinco millones de vistas en YouTube). Cigarros encendidos, el corazón en los labios: Quiero darte una despedida, que recuerdes toda la vida…
Nostalgia absoluta, cuando MTV…

El grupo desaparece. Los venezolanos gritan ¡orquídea!, ¡orquídea!, algo así como la gaviota de Viña del Mar. Cazalis y banda vuelven. El cantante anuncia nuevo disco, luego de casi tres años. Más hits, indudablemente.
Las dos horas de concierto llegan a su fin con “Verónica“, “Retrovisor” –me voy buscando una suerte meeejor– y la infaltable “Rubia, sol; morena, luna“. Los CDC se van otra vez, pero el público los reclama, y ellos no defraudan a ese pueblo que hoy está esparcido por toda Sudamérica, y les regalan una última alegría: La terraza.
Luego el escenario se queda vacío, y los chamos inician un cántico contra el dictador. Un show inolvidable. Más tarde, los locales Plutonio de Alto Grado saldrán a la tarima. Pero esa es otra historia. Anoche, Barranco fue una extensión de Venezuela; y Cazalis, el puto rey del rock and roll.
Crónica por Luis Francisco Palomino. Fotos por Laurent Valdivia

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