Crónica: Juan Luis Guerra en Lima 2018

Los 90. Fin del gobierno de Alan García, uno de los peores en toda nuestra historia. El Fujishock. Maná invadiendo las radios. Mi adolescencia. Todo pintaba negro en ese entonces. Yo, peleado con la FM hacía mucho y sumergido en el metal para esquivar la realidad de mis últimos años de la secundaria. Como andaban las cosas, no fue de extrañar que terminara odiando “La Bilirrubina” cuando estalló por esos años. Todo ritmo caribeño me sonaba igual pero no olvido que no dejó de llamar mi atención aquella voz nasal que llenaba hasta los vacíos entre las estrofas de sus canciones. Recuerdo luego haberlo visto por la tele en Viña del Mar y como esa temida Quinta Vergara de aquellos años bailaba y celebraba todo lo que salía de su boca. Luego uno que otro hit escuchado al vuelo por aquí y por allá y finalmente le perdí el rastro. Pasados los años, era innegable su habilidad para convertir los ritmos muchas veces repetitivos del merengue o el romanticismo azucarado de la bachata en canciones pop de alcance universal y al que se agradece, por sobre todas las cosas, la alegría que llevó a un pueblo al que hizo bailar y olvidar, por un momento, la inflación económica y los rezagos del terrorismo de aquellos años.

Luego de más de 25 años de esos recuerdos, se dio la oportunidad de ver por fin a Juan Luis Guerra en vivo. La previa en el Jockey Club se mostraba ya festiva y abarrotada de gente (sobre todo en las zonas más accesibles) esperando al dominicano. Lo precedió su compatriota Vicente García, que con oficio supo sacar un show que casi llegó a la hora de duración-todo un reto para un público ansioso por ver al artista de fondo-agradable al oído, especialmente cuando se dejaba arropar por el saxofón y las trompetas. El numeroso staff a cargo no tardó mucho en acomodar todo lo necesario para que se inicie la fiesta con Juan Luis Guerra, que salió casi a las 10:30 pm y arrancó con la que creí cerraría la velada: la ya mencionada “La Bilirrubina” que sonó poderosa, con una 4:40 que a estas alturas suena como si hubieran puesto el disco y todos hicieran un show de mímica.
El público demoró en sumarse al jolgorio luego de semejante derechazo de inicio y el que le sucedió: “A pedir su mano” que hasta al que no supiera como hacerlo le daban unas ganas irrefrenables de bailar y que hacían ver como tontos a aquellos que buscaban asientos para ver el show. Luego “Bachata Rosa” y Guerra, generoso como pocos, llamó a Vicente García para que compartieran el escenario. Las respuestas positivas del público a esos estímulos de felicidad sentimental que se lanzaban en forma de canciones ya se evidenciaban: sonrisas, arrumacos y expresividad corporal muy eufórica y única. A mi lado, un padre escondiendo sus lágrimas en la oscuridad de la noche mientras le cantaba a su menor hijo era la mejor descripción de lo que ahí pasaba.

No era casualidad que las tres canciones iniciales fueran de su álbum más inspirado y exitoso, Bachata Rosa de 1990 e inclusive para darle forma a esa idea, llevaba puesta una casaca jean con el nombre del disco bordado en la espalda. El show avanzaba y se dejaban escuchar más hits tipo “Ojalá que llueva café”, “Rosalia”, “El costo de la vida”, “Para ti” de su disco Colección Cristiana, la maravillosa “El Niágara en Bicicleta”, “Frío, Frío” (tema sin el que nunca hubiera existido Aventura), entre otras, dejando en claro la vigencia de la mayoría de su obra en el corazón de un público ya entregado y con un registro en la voz que llegó intacto y que aún emocionaba. Su forma de iniciar “Woman del Callao” en clave reggae para mostrar de donde viene todo y al mismo tiempo, para darle un aire ecléctico a lo que ahí se ejecutaba, mostraba de pies a cabeza cuales fueron siempre sus (buenas) intenciones.
El esperado encore fue con “Visa para un sueño” y para esas alturas todo el Jockey Club era una discoteca que esperaba que no parara la música en el resto de la noche; luego un medley de bachatas entre las que destacó “Estrellitas y duendes” y la tan esperada “Burbujas de Amor”. Como los hijos y las madres cuando Rubén Blades canta “Amor y Control”, aquí las parejas se juran amor eterno entre lágrimas cuando escuchan la canción en la que uno quisiera ser un pez. “Las Avispas” fue la encargada de cerrar la noche, una memorable para quien escribe y testigo de lo que alguna vez leí a un crítico de música: “Un concierto de Juan Luis Guerra disfrutado al 50% ya es mucho concierto”.
Crónica por Álvaro Torres. Fotos por Luz Angela Almonte.
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